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Unformatted text preview: ¡Basta de historias!
La obsesión latinoamericana con el pasado
y las 12 claves del futuro
Andrés Oppenheimer 0 Índice
Prólogo………………………………………………………………1
1. Hay que mirar para adelante……………………………………3 2. Finlandia: los campeones del mundo………………………….30 3. Singapur: el país más globalizado…………………………….45 4. India: ¿la nueva superpotencia mundial?……………………...64 5. Cuando China enseña capitalismo…………………………….83 6. Israel: el país de las start-ups…………………………………95 7. Chile: rumbo al Primer Mundo………………………………109 8. Brasil: una causa de todos…………………………………...127 9. Argentina: el país de las oportunidades perdidas……………142 10. Uruguar y Perú: Una Computadora para cada Niño…………162
11. México: el reino de “la maestra”…………………………….170
12. Venezuela y Colombia: caminos opuestos…………………..190
13. Las 12 claves del progreso…………………………………...202 Prólogo
Este libro sale a la luz en momentos en que buena parte de
Latinoamérica está festejando el bicentenario de su independencia, y
la región está dedicada con mayor entusiasmo de lo habitual a
conmemorar, discutir y revisar su pasado. La pasión por la historia
es visible por donde uno mire. Los gobiernos –incluyendo el de
Espala, que creó una Comisión Nacional para la Conmemoración de
los Bicentenarios- han destinado millones de dólares a los festejos.
En los medios de comunicación ha habido acalorados debates sobre
cuáles figuras del siglo XIX deberían ser consideradas próceres e la
independencia y cuáles enemigas de la patria. En las librerías, los
best-sellers del momento son las novelas históricas sobre la vida de
Simón Bolívar, Francisco de Miranda, Antonio José Sucre, José de
San Martín, Bernardo O’Higgins, Miguel Hidalgo, José María
Morelos y otros héroes de la emancipación latinoamericana.
El presidente de Venezuela, Hugo Chávez, acaba de
desenterrar los restos de Bolívar en una solemne ceremonia
difundida en cadena nacional para iniciar una investigación sobre si
el prócer fue asesinado; hace sus discursos al país delante de un
retrato del prócer, y hasta le ha cambiado el nombre al país por el de
“República Bolivariana de Venezuela”. Los presidentes de Bolivia y
Ecuador se proclaman herederos de legados históricos que –
siguiendo los pasos de Chávez- evocan constantemente para
consolidar sus propios proyectos de acaparamiento del poder y
justificar la “refundación” de sus países bajo nuevas reglas que les
dan poderes absolutos. En todo el continente, desde Argentina hasta
México, hay una verdadera pasión por redescubrir la historia.
La obsesión con el pasado es un fenómeno que, si bien está
exacerbado por los festejos de la independencia, es característico de
la región. Curiosamente, no he observado el mismo fenómeno en
mis viajes recientes a China, la India y otros países asiáticos, a pesar
de que muchos de ellos tienen historias milenarias. Entonces, vale la
1 pena hacernos algunas preguntas políticamente incorrectas, pero
necesarias. ¿Es saludable esta obsesión con la historia que nos
caracteriza a los latinoamericanos? ¿Nos ayuda a prepararnos para el
futuro? ¿O, por el contrario, nos distrae de la tarea cada vez más
urgente de prepararnos para competir mejor en la economía del
conocimiento del siglo XXI?
Este libro argumenta que los países latinoamericanos están
demasiado inmersos en una revisión constante de su historia, que los
distrae de lo que debería ser su principal prioridad: mejorar sus
sistemas educativos. Sin poblaciones con altos niveles de educación,
la región no podrá competir en la nueva era de la economía del
conocimiento, donde los productos de alta tecnología –desde
programas de software hasta patentes de la industria farmacéutica- se
cotizan mucho más en los mercados mundiales que las materias
primas, o las manufacturas con poco valor agregado.
Para buscar ideas sobre cómo mejorar la calidad de la
educación en nuestros países, en los últimos años he viajado a países
que tienen en común el haberse destacado por sus avances en la
educación, la ciencia y la tecnología. Viaje a China, la India,
Singapur, Finlandia, Suecia, Israel y otros países de diferentes
colores políticos, pero que –cada uno a su manera- han logrado
mejorar sus niveles educativos y reducir dramáticamente la pobreza.
Y luego viajé a México, Brasil, Chile, Argentina y otros países
iberoamericanos para ver qué estamos haciendo –de bueno y de
malo- en la región. Realicé más de 200 entrevistas a figuras calve del
mundo –incluyendo el presidente Barack Obama; el fundador de
Microsoft, Bill Gates, y el premio Nobel de Economía, Joseph
Stiglitz- y númerosos otros jefes de Estado, ministros, rectores
universitarios, científicos, profesores, estudiantes y padres y madres
de familia.
Para mi sorpresa, descubrí que mejorar sustancialmente la
educación, la ciencia, la tecnología y la innovación no son tareas imposibles. Hay coas muy concretas, y relativamente fáciles, que se
están haciendo en otras partes del mundo, y que podemos emular en
nuestros países. Este libro está lleno de ejemplos al respecto.
La tarea es impostergable, porque el siglo XXI es, y será, el
de la economía del conocimiento. Contrariamente al discurso de la
vieja izquierda y la vieja derecha en la región, los recursos naturales
ya no son los que producen más crecimiento: los países que más
están avanzando en todo el mundo son los que le apostaron la
innovación y producen bienes y servicios de mayor valor agregado.
No en vano el país con el mayor ingreso per capitán del mundo es el
diminuto Liechtenstein, que no tiene ninguna materia prima,
mientras que países con enorme riqueza de materias primas, como
Venezuela y Nigeria, están entre los que tienen más altas tasas de
pobreza. Y no en vano los hombres más ricos del mundo son
empresarios como Gates, el mexicano Carlos, Slim o Warren Buffet,
que producen de todos menos materias primas.
El mundo ha cambiado. Mientras en 1960 las materias primas
constituían 30 por ciento del producto bruto mundial, en la década
de 2000 representaban apenas 4 por ciento del mismo. El grueso de
la economía mundial está en el sector servicios, que representa 68
por ciento, y en el sector industrial, que representa 29 por ciento,
según el Banco Mundial.
Y esta tendencia se acelerará cada vez más. La reciente crisis
económica mundial hizo tambalear los precios de las materias
primas de Sudamérica y las exportaciones de manufacturas de
México y Centroamérica. Además, la crisis ha reducido el tamaño
del pastel de la economía mundial, lo que deja mejor posicionados a
los países más competitivos; o sea, los que pueden producir bienes y
servicios más sofisticados a mejores precios. La receta para creer y
reducir la pobreza en nuestros países ya no será solamente abrir
nuevos mercados –por ejemplo, firmando más acuerdos de libre
2 comercio –sino inventar nuevos productos. Y eso sólo se logra con
una mejor calidad educativa.
Ojalá este viaje periodístico alrededor del mundo sirva para
aportar ideas que nos ayuden a todos –gobiernos y ciudadanos
comunes- a ponernos las pilas y empezar a trabajar en la principal
asignatura pendiente de nuestro país, y la única que nos podrá sacar
de la mediocridad económica e intelectual en la que vivimos.
Finamente, quisiera agradecer muy especialmente a Bettina
Chouhy, Annamaría Muchnik y Angelina Peralta, que durante los
últimos años me han ayudad en la investigación y la logística que
hicieron posible este libro. Sin ellas, esta obra hubiera sido
imposible.
Andrés Oppenheimer 1
Hay que mirar para adelante
Cuando le pregunté a Bill Gates después de una entrevista
televisiva, fuera de cámara, qué opinaba sobre la creencia muy
difundida en muchos países latinoamericanos de que “nuestras
universidades son excelentes” y “nuestros científicos triunfan en la
NASA”, el fundador de Microsoft y uno de los hombres más ricos
del mundo me miró con asombro y estalló en una carcajada.
Levantando las cejas, me preguntó: “¿A quién está bromeando?”
No fue una respuesta arrogante: minutos antes, frente a las
cámaras, Gate me había hablado con optimismo sobre América
Latina. Según dijo, existen condiciones como para ponerse a la par
de China e India en las próximas décadas.
Decía Gate, mientras nos alejábamos del set de grabación,
que a Latinoamerica le falta una dosis de humildad para darse cuenta
cuál es la verdadera posición de sus grandes universidades y centros
de investigación en el contexto mundial. Los países de la región sólo
podrán insertarse de lleno en la economía de la información del siglo
XXI –y producir bienes más sofisticados que les permitan crecer y
reducir la pobreza- si hace un buen diagnóstico de la realidad y dejan
de creer que están así de bien, indicó.
“Si creen que ya han llegado a la meta, están fregados –me
dijo Gates moviendo la cabeza-. Todos los países deben empezar con
humildad. Lo que más asusta sobre el ascenso de China es su nivel
de humildad. Están haciendo las cosas muy bien y, sin embargo,
tienen una humildad asombrosa. Tú vas a China y escuchas: ‘En
India están haciendo esto y lo otro mucho mejor que nosotros.
¡Caramba! Tenemos que hacer lo mismo’. Esta tendencia a la
humildad, que algún día van a perder, les está ayudando
enormemente”. 1
3 Su respuesta me dejó pensando. Yo acababa de regresar de
varios países latinoamericanos, y en todos me había encontrado con
una versión triunfalista sobre los logros de las grandes universidades
latinoamericanas y sus sistemas educativos en general. No solo los
gobiernos alardeaban sobre los logros de sus países en el campo
académico y científico, sino que la gente parecía convencida de la
competitividad de sus universidades –salvo en cuanto a los recursos
económicos- frente a las casa de estudio más prestigiosas del mundo.
Cada vez que daba una conferencia en alguna de las grandes
capitales latinoamericanas, y criticaban la eficiencia de sus
universidades estatales, siempre saltaba alguien en la audiencia para
rebatir mis comentarios con patriótica indignación. Las grandes
universidades latinoamericanas, blindadas contra la rendición de
cuentas a sus respectivas sociedades gracias a la autonomía
institucional de la que gozan, muchas veces parecen estar a salvo de
cualquier crítica, por más fundamentada que sea. Son las vacas
sagradas de América Latina.
Según me comentaba Gates, en China, y anteriormente en
Estados Unidos, había pasado exactamente lo opuesto: había sido
precisamente la creencia de que se estaban quedando atrás del resto
del mundo lo que había despertado a sus sociedades e impulsado su
desarrollo. “Lo mejor que le pasó a Estados Unidos fue que, en los
años ochenta, todos creían que los japoneses nos iban superar en
todo. Era una idea estúpida, errónea, una tontería. Pero fue este
sentimiento de humildad lo que hizo que el país se pusiera las
pilas”.2
¿Y en Latinoamérica? Gates respondió que veía importantes
avances y que aunque las universidades no son tan buenas como
deberían ser, son mejores que hace 10 años. Sin embargo, el
disparador de la modernización educativa en Latinoamérica debería
ser el mismo que en Estados Unidos, agregó. “La manera de despegar es sintiendo que estás quedando atrás”, concluyó
encogiéndose de hombros.3
Lo cierto es que en la gran mayoría de los países de América
Latina está ocurriendo todo lo contrario: las encuestas (como la
Gallup, de 40 000 personas en 24 países de la región, encargada por
el Banco Internacional de Desarrollo, BID) muestran que los
latinoamericanos están satisfechos con sus sistemas educativos.
Paradójicamente, lo están mucho más con su educación pública que
la gente de otras regiones que obtiene mucho mejores resultados en
los exámenes estudiantiles y en los rankings universitarios. El 85 por
ciento de los costarricenses, 84 por ciento de los venezolanos, 82 por
ciento de los cubanos, 80 por ciento de las nicaragüenses, 77 por
ciento de los salvadoreños y más de 72 por ciento de colombianos,
jamaiquinos, hondureños, bolivianos, panameños, uruguayos y
paraguayos dijeron estar satisfechos con la educación pública de sus
respectivos países. Comparativamente, sólo 66 por ciento de los
encuestadores en Alemania, 67 por ciento de los estadounidenses y
70 por ciento de los japoneses lo están en sus respectivos países,
según revela el estudio.4
“Los latinoamericanos en general están más satisfechos con
su educación pública de lo que justifican los resultados de los
exámenes internacionales. Están satisfechos sin fundamento”, me
dijo Eduardo Lora, el economista del BID que coordinó el estudio.
Cuando le pregunté por qué tantos latinoamericanos tienen esta
visión tan optimista, Lora respondió que la mayoría de la gente en la
región tiende a juzgar su sistema educativo por la calidad de los
edificios escolares o por el trato que reciben sus hijos en la escuela,
más que por lo que aprenden.
En otras palabas, ha habido un gran avance en cuanto a la
expansión de la educación –ha habido un gran avance se han
duplicado desde la década de los años treinta, para llegar a 86 por
ciento de la población de la región-, pero no se ha producido un
4 avance similar en la calidad de la educación. “El peligro es que, si la
gente está satisfecha, no existe la exigencia social de mejorar los
estándares educativos. Paradójicamente, esa demanda sólo existe
donde ya se han alcanzado los estándares relativamente más altos de
la región, como en Chile”.5
Las universidades más prestigiosas de América Latina, a
pesar de logros esporádicos que sus sociedades celebran como
grandes triunfos nacionales, están en los últimos puestos de los
rankings internacionales: el de las 200 mejores universidades del
mundo, realizado por el Suplemento de Educación Superior del
Times de Londres, está encabezado por la Universidad de Harvard, e
incluye una sola universidad latinoamericana, casi al final de la lista.
Se trata de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM),
que está en el puesto 190. O sea, aunque México y Brasil se ubican
entre las 12 economías más grandes del mundo, sólo tienen una
universidad en el ranking londinense, y está en uno de los últimos
lugares. En comparación, hay varias universidades de China, India,
Corea del Sur e Israel en la lista.6
¿Cómo puede ser que México, un país con 110 millones de
habitantes, con un producto interno (PIB) de 1600 billones de
habitantes, tenga a su mejor universidad en un puesto tan por debajo
de la mejor universidad de Singapur, un país con menos de cinco
millones de habitantes y un PIB que lo llega a 225 000 millones de
dólares?
Varios rectores de universidades estatales latinoamericanas
señalan, con indignación, que el raking londinense es tendencioso,
porque favorece a los países angloparlantes al incluir entre sus
criterios de valoración el número de artículos publicados en las
principales revistas académicas internacionales, que están escritas en
inglés. Sin embargo, el ranking difícilmente puede ser calificado
como demasiado favorable para el Primer Mundo, porque una lista
similar, confeccionada por una de las principales universidades de China, llega a las mismas conclusiones. En efecto, el ranking de las
mejores de 500 universidades del mundo de la Universidad Jiao
Tong de Shanghai, China, pone a las universidades latinoamericanas
en lugares muy parecidos.
Según este ranking, no hay ninguna universidad
latinoamericana entre las 100 mejores del mundo. La lista también
está encabezada por Harvard, y ocho de los primeros 10 puestos
están ocupados por universidades norteamericanas. Luego, hay
varias chinas, japoneses, australianas e israelíes entre el primer
centenar. Las primeras instituciones académicas latinoamericanas
que aparecen son la Universidad de Sao Paulo, que figura dentro del
grupo identificado como “entre el puesto 100 y 151”. Más abajo
están la Universidad de Buenos Aires (UBA) y la UNAM de
México, “entre el puesto 152 y 200”.7 TRES PSICÓLOGOS POR CADA INGENIERO
Las grandes universidades latinoamericanas están repletas de
estudiantes que cursan carreras humanísticas u otras que ofrecen
poca salida laboral o están totalmente divorciadas de la economía del
conocimiento del siglo XXI. Hay demasiados estudiantes
universitarios latinoamericanos estudiando derecho, psicología,
sociología, filosofía e historia, y pocos estudiando ciencias e
ingeniería. Actualmente, 57 por ciento de los estudiantes de la región
cursan carreras de ciencias sociales, mientras que apenas 16 por
ciento cursan carreras de ingeniería y tecnología, según cifras de la
Organización de Estados Iberoamericanos (OEI), con sede en
Madrid.
El número de graduados en ciencias sociales “aumentó
espectacularmente” desde fines de los años noventa, afirma un
estudio de la OEI. Entre el conjunto de egresados de maestrías en
Latinoamérica, 42 por ciento ha obtenido su título de posgrado en
5 ciencias sociales, 14 por ciento en ingeniería y tecnología, y 5 por
ciento en ciencias agrícolas, dice el informe.8
En la Universidad de Buenos Aires, la principal universidad
estatal argentina, hay 29 000 estudiantes de psicología y 8 000 de
ingeniería. Es decir, los contribuyentes argentinos están pagando con
sus impuestos la educación gratuita de tres terapeutas para curarle el
coco –como los argentinos suelen referirse a la cabeza- a cada
ingeniero. Lo mismo ocurre en otros campos: la UBA tiene unos
3000 estudiantes de filosofía, contra 1140 de física, o casi tres
filósofos por cada físico, y 3200 estudiantes de historia, contra 1088
de química, o sea tres historiadores por cada químico.9
Y en la UNAM de México hay unos 1000 estudiantes de
historia, tres veces más que los de ciencias de la computación. A la
hora de egresar, anualmente se gradúan de la UNAM unos 188
licenciados en historia, 59 en ciencias de la computación y 49 en
ingeniería petrolera.10 O sea, los contribuyentes mexicanos están
subvencionando los estudios de más jóvenes dedicados a estudiar el
pasado que a cursar muchas de las carreras que incentivan las
innovaciones del futuro.
Cuesta creerlo, pero países relativamente jóvenes como
México y Argentina tienen porcentajes mucho más altos de jóvenes
estudiando historia y filosofía que países como China, que tienen
una historia milenaria y filósofos como Confucio que han
revolucionado el pensamiento universal. Cuando viaje a China y
entrevisté a varios funcionarios del Ministerio de Educación, me
dieron cifras como las siguientes: todos los años ingresan en las
universidades chinas casi 1 242000 estudiantes de ingeniería, contra
16300 de historia y 1520 de filosofía.11 En India, me encontré con
números parecidos. En la mayoría de los casos, los países asiáticos
están privilegiando los estudios de ingeniería y las ciencias,
limitando el acceso a las facultades de humanidades a los alumnos
que obtienen las mejores calificaciones para entrar en las mismas. LATINOAMÉRICA: MENOS DE 2 POR CIENTO DE
LA INVESTIGACIÓN MUNDIAL
No es cual que América Latina sea –junto con África- la
región del mundo con menos inversión en investigación y desarrollo
de nuevos productos, y con menos patentes registradas en el
mercado mundial. Las cifras son escalofriantes: sólo 2 por ciento de
la inversión mundial en investigación y desarrollo tiene lugar en los
países latinoamericanos y caribeños. Comparativamente, 28 por
ciento de la inversión mundial en este rubro tiene lugar en los países
asiáticos, 30 por ciento en Europa, y 39 por ciento en Estados
Unidos.12 Y casi la totalidad de ese patético 2 por ciento de la
inversión mundial en investigación que corresponde a Latinoamérica
tiene lugar en apenas cuatro países de la región: Brasil, donde se
invierte 62 por ciento de todo el gasto regional; México, donde se
invierte 13 por ciento del total; Argentina, donde se invierte 12 por
ciento, y Chile, donde se invierte 4 por ciento.13 Todos los países
latinoamericanos y caribeños juntos invierten menos en
investigación y desarrollo que un solo país asiático: Corea del Sur.
¿Por qué invertimos tanto menos que otros países en
investigación? La pobreza no puede ser una explicación, porque
China, India y otros países a...
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- Estados Unidos, América Latina, Segunda Guerra Mundial, Educación Pública