Los límites de lo artesanal
R
ep
asemos, en primer lugar, los llamados «ruidos mecánicos» o «téc-
nicos», desgraciadamente bastante frecuentes en la comunicación.
Pertenecen a esta categoría, por ejemplo:
• En los textos escritos (periódicos, boletines, folletos, etc.) las
erratas,
producidas por errores de copia del encargado de mecanografiar o
reproducir el texto, y que tantas veces alteran completamente su sen-
tido o las torna ininteligibles.
• Los
defectos de impresión:
copias faltas de tinta, lo que los hace que-
dar demasiado débiles y carentes de nitidez y hasta en ocasiones con
líneas totalmente en blanco; o demasiado entintadas, hasta el punto
de que sólo llega a verse una ilegible mancha negra.
• Las
fallas de compaginación:
al armar la publicación, los encargados
de hacerlo se equivocan y encartan las páginas en desorden. Lo más
probable en este caso es que los lectores no entiendan nada y se
hagan «una ensalada»...
• En un programa de radio o en un audiovisual, el empleo de
graba-
ciones de sonido defectusoso:
por ejemplo, se ha querido intercalar un
testimonio tomado a un grupo popular, pero la cásete ha salido mal
grabada, con el sonido «sucio», confuso, ininteligible; o llena de rui-
dos ambientales que interfieren o impiden su audición.
ESOS PERTURBADORES
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181
RUIDOS

182 | El «comunicador ofendido»
N os hemos querido detener en estos ruidos mecánicos porque nos
parece que sus responsables solemos ser demasiado autoindulgentes cuan-
do nos ocurren.
Me tocó asistir en una comunidad a la proyección de un vídeo, pre-
sentado por un grupo popular, que tenía el sonido mal grabado. El volu-
men de las voces resultaba demasiado bajo y débil, obligando a hacer un
penoso esfuerzo para escuchar y entender, y, aún así, muchos momentos
en que el sonido se esfumaba por completo, se tornaba sencillamente inau-
dible. Como es natural, al cabo de un momento el público comenzó a dis-
traerse. Hubo conversaciones entre los asistentes, movimientos, risas, etc.
Al concluir la proyección, el grupo realizador se encaró con el público
y, con mal contenido enojo, manifestó su malestar por la poca atención
prestada al "audiovisual y por las risas fuera de su lugar. Nos regañó por
nuestro mal comportamiento. Admitió que el sonido estaba «un poquito
defectusoso»'(!); pero habló con amargura del esfuerzo y el sacrificio que
habían puesto en aquella producción realizada como un servicio a la
comunidad y que ahora era tan mal apreciado y retribuido.
¿Esta indignación estaba justificada? Por mejor voluntad que pusiéra-
mos los espectadores, por más aprecio que tuviéramos por el esfuerzo de
los realizadores, había un obstáculo infranqueable, un ruido imposible de
superar. El vídeo no se escuchaba ni se entendía. Objetivamente, estaba
mal grabado. Y ante eso, no había voluntad que valiera.


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