Cuando se supo, o se sospechó, que él andaba en amores, las dos muestras de predilección
desaparecieron instantáneamente: a la delectación morosa le sucedió una ostensible y vengativa
negligencia, y a la generosidad distributiva una cicatería de carcelero. Incluso la señorita Eufrasia
recuerda que cuando llegó aquella carta de Rosaura sin el nombre del destinatario y el tierno idilio
se hizo público, Elsa, a la noche, durante la cena, derramó de propósito un poco de sopa hirviente
sobre Camilo. Los otros creyeron en un percance fortuito, pero la señorita Eufrasia vio el brazo de
Némesis
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que inclinaba la sopera sobre el pecho del ingrato.
La mísera se volvió aún más callada, y hasta puede decirse que se calló del todo, porque incluso
los monosílabos holofrásticos
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que componían su lenguaje fueron suplantados por una mímica no
pocas veces ambigua e intraducibie, cuando no por un perfecto mutismo que, en cualquier otra
persona, hubiera llamado la atención o parecido insultante. El timbre de su voz fue olvidado. Toda
ella, al parecer, fue olvidada. Y de este olvido viene a rescatarla la señorita Eufrasia.
Desde que Rosaura se sumó, como quien dice,
de fado
, a la población estable de
La Madrileña
,
Elsa transformóse en la espía constante y silenciosa de todos sus movimientos. Nadie reparó en ello,
salvo la señorita Eufrasia. Maniobrando sagaz, disimulada y, en cierto modo, fácilmente al amparo
de la indiferencia general, vigilaba los ademanes, las sonrisas, las miradas, las idas y venidas de la
intrusa.
(Pero, como dice la señorita Eufrasia, ¿qué podía sacar en limpio, aquella pobre? Si era como
vigilar a alguien que está a trescientos metros de distancia. Se puede advertir un movimiento del
cuerpo, y nada más. Pero los sentimientos, los pensamientos, las intenciones, ¿quién ha de
descubrirlos desde tan lejos? Si hasta la señorita Eufrasia, que a pesar de su miopía tiene ojos de
zahorí para esa clase de vigilancias, le resultó imposible…).
Su rostro seguía impávido. A lo que se negó, obstinadamente, fue a limpiar la habitación de la
rival. La señora Milagros, según dijo, “no sabia qué le pasaba a aquella cuitada”. La señorita
Eufrasia sí lo sabía.
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Se refiere el autor a ciertas personificaciones de esta deidad grecorromana, que la representaban
sosteniendo una espada o un látigo como símbolo del castigo que espera a todos aquellos que se alejan o
reúnen ajenos al orden justo y natural.
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Los que pueden expresar por sí una idea compleja, como las palabras de algunas lenguas aglutinantes.
127

Rosaura a las diez
Marco Denevi
La tarde en que se suscitó aquel terrible, extraño y vergonzoso incidente entre Camilo Canegato
y David Réguel en la propia habitación de Rosaura…
(Que fue terrible, que fue extraño, que fue vergonzoso, la señorita Eufrasia lo sabe mejor que
nadie. La señorita Eufrasia va a explicar cómo lo sabe. Aquella tarde, la señorita Eufrasia
encontrábase en su cuarto, tejiendo junto a la ventana. La ventana del cuarto de la señorita Eufrasia
no tiene cortinas, pero tiene vidrios cubiertos con papel inglés. En este papel la señorita Eufrasia ha


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- Spring '08
- Diaz
- Spanish