razón [...] que, precisamente porque no es abstracto, tampoco se puede comunicar sino que ha de abrirse a cada uno y
que, por lo tanto, no encuentra su adecuada expresión en palabras sino únicamente en hechos, en la conducta, en el
curso vital del hombre"
24
. Ellos se dan cuenta de que las barreras de la individualidad que separan a los seres son
meras apariencias y que detrás de ellas se esconde una identidad esencial de todos aquellos. Para esos hombres, el
otro no es ya un "no-yo" sino "otra vez yo", y el placer y dolor ajenos se convierten en un motivo para su querer de
igual o mayor relevancia que los propios. No se sabe cómo ni por qué, han descubierto "el secreto último de la vida":
que el mal y la maldad, el sufrimiento y el odio, la víctima y el verdugo, son lo mismo, aun cuando parezcan
diferentes a la representación
25
. De ahí nace la compasión, fuente de todas
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24.
Die Welt... I,
p. 437 [p. 431].
25. Cf.
Die Welt... I
, p. 465 [p. 456].
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las acciones de valor moral y único fundamento posible de la moralidad. Según la claridad con que aquel
conocimiento se revele, se expresará en las acciones de la justicia o de la caridad: en las primeras, la afirmación de la
propia voluntad se limita para impedir la negación de la voluntad ajena; en las segundas, el individuo afirma la
voluntad ajena incluso a costa de negar la propia o, en casos extremos, de la propia vida. La diferencia entre la

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justicia y la caridad, así como entre sus distintos grados, estriba en último término en la mayor o menor diferencia
que el sujeto establece entre su propio yo y los demás.
Sin embargo, la justicia y la caridad amortiguan pero no eliminan el dolor y la maldad del mundo, desde el
momento en que en ellas sigue vigente la afirmación de la voluntad. Aun así, son condición y preparación para el
paso siguiente y definitivo: la ascética. Quien ha conseguido rasgar el velo de Maya no solo percibe la identidad de
todos los seres y hace suyo el sufrimiento universal del mundo. También reconoce en la voluntad a la culpable de
todo ese dolor e intenta aniquilarla negándola en su propio fenómeno. Es el estadio de la ascética, de la negación
directa e intencionada de la voluntad. Iluminada por el conocimiento, la voluntad reconoce la vanidad de sus afanes y
renuncia a seguir representando la dolorosa comedia de un querer ficticio e inviable. Los ascetas, los santos, han
conseguido acallar la voluntad en sí mismos aunque, paradójicamente (el porqué no lo explica Schopenhauer), la
sigan afirmando en los demás. Y con la voluntad ha desaparecido en ellos el sufrimiento, la inquietud, la miseria, el
miedo, la necesidad y todos los males que hostigan continuamente la vida del hombre inmerso en el fenómeno. Su
mirada irradia felicidad y sosiego: pues, estando privados de todo, todo les sobra porque ya no quieren nada. Ellos
han llegado a ver claro el sentido de la vida, aunque no nos pueden comunicar ese conocimiento con palabras. Pero
su vida nos revela ese "qué" del mundo por el que se preguntaba la filosofía: "Todo este mundo nuestro tan real, con


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- Fall '19