concreto, la mirada de alguna de las dos tes
timonialistas pues “no me vea mal” (20) es
una de las frases que repite a lo largo de la narración de esta historia.
La historia de la violación, torturas y muerte de la Gringa

ROCÍO SILVA SANTISTEBAN
La Historia Del Brujo y La Gringa
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Cuando el Brujo es destacado a la zona de Tingo María en el Alto Huallaga y,
posteriormente, al poblado de Aucayacu, ambos lugares controlados por una coalición
entre Sendero Luminoso y el narcotráfico, empieza a entrar con mucha mayor
convicción en la lógica perversa de la guerra sucia, y no sólo tortura y asesina con la
finalidad de conseguir información, sino que “vende” información a los familiares de
los desaparecidos o detenidos, posteriormente traiciona a sus propios compañeros e
incluso llega a hacer tratos directos con el narcotráfico para escoltar aviones que llevan
y sacan drogas de la zona. Asimismo, negocia la liberación de terroristas que se habían
convertido en capos de las mafias de la droga a cambio de sumas fuertes de dinero.
Por estos y otros motivos este testimonio es uno de los más siniestros que se
hayan narrado sobre las diversas guerras sucias, no sólo por los acontecimientos que
cuenta, sino por la lógica de su discurso que se pone en evidencia a lo largo de todo el
relato. Las práct
icas de “pichanear” o violar a las mujeres grupalmente, los cupos que le
cobran a las chicas que no tienen documento de identidad (“si era hombre pagaba, si era
mujer pagaba con su cuerpo” 26), la forma de llevar a cabo las torturas, siempre en
medio de juergas con la presencia, incluso, de prostitutas de la zona; las torturas
psicológicas a los detenidos a quienes se les amenazaba con cortarles el pene o, si eran
mujeres, con matar a sus hijos, o si eran niños con la muerte de sus propias madres
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; el
despr
ecio racista que evidencia cuando habla de las “cholitas” que les regalaban a la
tropa, o incluso, cuando se refiere despectivamente a esa misma tropa: todos estos
acontecimientos están insertos en una lógica que es la de considerarse uno mismo
indispensable y despreciar a los demás, considerándolos intercambiables, en el caso de
la tropa o de sus propios compañeros, o francamente desechables en el caso de los
prisioneros. Los prisioneros, en tanto tienen información, son sólo “cuerpos
potencialmente hablad
ores” y sobre ellos se aplican las diversas posibilidades de la
anatomía política de la que hablaba Foucault.
El testimonio está narrado por una voz que intenta difuminar sus acciones a
través de una pretendida distancia contando la historia desde una especie de limbo
discursivo. Pero no lo logra. En los detalles se filtra, así como el temor ante los ojos
incriminadores, una mezcla de “moral del achorado
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”, código de supervivencia basado
en una moral laxa y sin escrúpulos (Neira 26), con una suerte de conducta
pendeja
, es
decir, una insistencia en provocar daño al otro por el sólo goce de hacerlo (ver en
capítulo siguiente el concepto de Ubilluz, “sistema pendejo”). Ambos, achoramiento y
