y también al historiador griego del II siglo d. C, Apiano, autor de una
Historia romana,
señala que aunque todo esto pueda ser así y
El
afrancesado
provenga remotamente de Apiano —o de la fuente de
Apiano— lo más probable es que el asunto del cuento llegase a
Alarcón «a través de los mil meandros de la tradición oral y readaptado
a determinadas circunstancias españolas, y así condicionado, nuestro
autor lo tuvo por bueno»
46
.
Que algo de esto debió ocurrir, en lo que se refiere a la expansión,
45
Sobre la fuente de este cuento, vid. Alexander Haggerthry Krappe: «The source of
Pedro Antonio de Alarcón's
El afrancesado»
en
The Romanic Review,
1925, XVI, págs.
54-56 y William L. Fichter «El carácter tradicional de
El afrancesado
de Alarcón» en
Revista de
Filología
Hispánica,
1945, VII, págs. 162-163.
46
Montesinos,
Alarcón,
pág. 47.

EL CUENTO ESPAÑOL: DEL ROMANTICISMO AL REALISMO
219
por tradición oral o escrita, de tal tema, lo indica el hecho de que
también en un cuento del narrador soviético Leónidas Leonov, se
narra el heroismo de una vieja campesina envenenando la comida que
prepara a los soldados alemanes acantonados en su casa, muriendo
con ellos al obligársele a compartirla.
A título de curiosidad y ya que al hablar del truculento crimen de
El clavo
aludí a la
Galería
fúnebre de espectros y sombras ensangrentadas
de Agustín Pérez Zaragoza, apuntaré ahora que en este popular libro
de 1831, y en una de sus historias se cuenta lo siguiente: «Se habló
mucho tiempo en una ciudad de Castilla de un personaje distinguido
(mas,
sin embargo, no estamos seguros del hecho) que, teniendo aloja-
dos en su casa veinte o veinticinco oficiales franceses, les sirvió una
soberbia comida en la que los envenenó a todos, incluso él; y no fue
sino a los postres que declarándoles su suerte y la suya propia, los
saludó con un a Dios mortal y pereció él el primero, a sus ojos con las
más horribles convulsiones»
47
.
La, quizá, más elogiada de estas
Historietas nacionales
alarconianas
ha sido
El carbonero alcalde
(1859). Su primer capítulo contiene una
evocación del pasado, de un tiempo ido, parecida a la que abre
El
sombrero de tres picos,
salvo el tono que aquí, en la historia del
Corregidor y la Molinera es humorístico, a diferencia del manejado
para recordar el Guadix de 1810, ocupado por los franceses. Pero el
recuento de las actividades guadijeñas de entonces supone una estruc-
tura semejante a la con tanta gracia manejada en la apertura de
El
sombrero.
En la
Historieta nacional,
y en su capítulo II se describen las
requisas que los franceses hacen en los pueblos. El de Lapeza lo es de
carboneros. El retrato de Manuel Atienza, su alcalde, un ser primitivo,
entre vegetal, animal y piedra que parece regresado del mismo áspero
suelo que defiende de los invasores, un hombre que no sabe combatir,
pero que organiza la defensa del pueblo, con un rústico cañón que
todo lo destruye al explotar, es uno de los grandes aciertos de Alarcón,
que mereció de Emilia Pardo Bazán un encendido elogio:
«Ya no irá más lejos que en esta primorosa narración: ni el
interés, ni el arte de contar, ni los recursos de su pluma pueden ser


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- España, Edad Media, Relato, Siglo XIX, Romanticismo, Emilia Pardo Bazán