dijo que «lo había olvidado todo sobre ella». Para comprender
el porqué de los accidentes, creo que es necesario aplicarles el
mismo concepto de resistencia que aplicamos a la enferme-
dad; así, creo que debemos referirnos a una resistencia a los ac-
cidentes y a una predisposición a ellos. No se trata solamente
de que ciertas personas, en determinados momentos de su
vida, tengan predisposición a los accidentes; se trata también
de que, según el curso ordinario de las cosas, la mayoría de no-
sotros somos ajenos a ellos.
Un día de invierno, cuando tenía nueve años, regresaba a mi
casa desde la escuela y al cruzar una calle cubierta de nieve y con
poca luz, resbalé y me caí al suelo. En ese momento se acer-
caba, a toda velocidad, un coche que al frenar derrapó, de for-
ma que mi cabeza quedó a la altura del parachoques y las piernas
y el torso quedaron debajo de él. Me arrastré para salir y, lleno
de pánico, aunque ileso, corrí hacia mi casa.
El accidente en sí no parece nada extraordinario, y podría de-
cirse que, simplemente, tuve suerte. Pero hay que englobarlo en
el conjunto de situaciones similares: las veces que, por un pelo,
no fui atropellado por un coche mientras andaba o montaba en
bicicleta; las veces en que conduciendo un coche no me llevé por
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delante a peatones o a ciclistas; las veces en que al frenar en
seco el coche se paró a escasos centímetros de otro vehículo;
las veces en que faltó poco para que me estrellara contra los ár-
boles al deslizarse el coche por la carretera; las veces en que un
palo de golf blandido con fuerza rozó mi cabeza, etcétera.
¿Qué significa todo esto? ¿Acaso mi existencia es mágica? Si
los lectores examinan su propia vida, supongo que la mayoría
encontrará experiencias parecidas de desastres evitados por un
pelo, de accidentes que no han llegado a ocurrir y cuyo núme-
ro es mucho mayor que el de los que han sucedido realmente.
Además, creo que los lectores reconocerán que sus experien-
cias personales de supervivencia, de resistencia a los acciden-
tes, no son el resultado de ningún proceso consciente de deci-
sión. ¿Será que la mayoría de nosotros tiene «vidas mágicas»?
¿Será realmente cierto lo que expresa el verso citado: «La gra-
cia me ha salvado hasta ahora»?
Algunos podrán pensar que todo esto no tiene nada de ex-
cepcional, que los hechos de los que hemos hablado son, sim-
plemente, manifestaciones del instinto de supervivencia. Pero
¿acaso nombrar algo supone explicarlo? Nuestro conocimiento
acerca de los orígenes del instinto y de sus mecanismos es míni-
mo. En realidad, la cuestión de los accidentes sugiere que nues-
tra tendencia a sobrevivir puede venir dada por algo aún más
prodigioso que el instinto, que ya de por sí es un fenómeno mi-
lagroso. Aunque comprendemos poco sobre el funcionamiento
del instinto, lo concebimos como algo que actúa dentro de las
fronteras del individuo. Podemos imaginar que la resistencia a
las enfermedades mentales o físicas está localizada en el incons-
ciente o en los procesos corporales del individuo. Sin embargo,
los accidentes implican interacciones entre individuos, o entre
éstos y objetos inanimados. En aquel accidente del que salí ile-


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- Fall '19
- Vida, Verdad, España, Individuo, Sufrimiento