sudado que allí de parecida manera luchaba contra la proximidad de la
muerte que a todos nos ronda y de la que conocemos la calidad de
gusano indetenible y de la que sentimos el berbiquí incesante
horadándonos de parte a parte mientras que hacemos como que no lo
oímos. Un chotis, esto es un chotis, dijo ella cantándole al oído, con
palabras que llegaban envueltas en el aire de su boca, en su olor a coco
y en el calor de su deseo, Madrid. Madrid, Madrid, en Méjico se piensa
mucho en ti, que le parecía que quería decir, te quiero, te adoro, eres el
fin de mi vida y nada puede haber para mí como tú eres sino que yo ya
estoy así, parada, cogida de ti, para siempre, para siempre. Mientras los
músicos pobres, oficinistas vergonzantes, tocaban, sin atreverse a hacer,
como hacen los músicos ricos, risas, saltos y contoneos de cadera
divertidísimos, sino que tocaban con toda su cara seria de músico de
entierro que corresponde a los músicos pobres y ni siquiera el de las
maracas o como se llamen esos chismes parecidos a sonajeros, ni
siquiera ése, y ya es raro, se atrevía a sonreír como parece que el
instrumento lo pide, sino que también ése cariacontecido y serio, digno
y pesaroso, manejaba los instrumentos esféricos con su rostro de
caballero en sepelio de conde de Orgaz. El buen pueblo, con su permiso
para divertirse se apretaba a la otra parte del pueblo que le había caído
en suerte y procuraba, con ese pedacito de cosa, consolarse de los
trabajos v los días que arrastradamente caen sin remedio sobre él y
sacaba fuerzas de flaqueza para hacer como si se divirtiera y para olvidar
los ojos de hito en hito de las comadres vigilando las evoluciones de sus
hijas y las proximidades a las que el mutuo consuelo compelía. E
inmóvil, rodeado de todos pero ausente, el hombre vestido de negro
miraba de un modo al mismo tiempo atento y como distraído, con una
colilla pegada en el labio de abajo. También había tiros al blanco en
aquella verbena tan animadamente establecida por los cuidados de la
tenencia de alcaldía para solaz del pueblo bajo y que no se diga que el
Excmo. Ayuntamiento nada tiene que ver con que es preciso divertir al
pueblo, que también la gente del pueblo tiene su corazoncito y qué
caramba, hay que echar una canita al aire de vez en cuando. Así que se
acercaron, después de pasado el éxtasis, a la cabina del tiro al blanco,
dejando a la madre entregada a sus gaseosas y a sus nostalgias de
auténtico mantón de manila y él le dijo que si quería tirar y ella dijo que
no, que tirara él y él dijo que, la verdad, que no sabía apenas y ella que
qué importaba, que tirase de todas maneras, porque tirando sobre un
blanco tan próximo se puede cumplir, con más modestia, la misma
función erótico-sexual que cazando un antílope en el África negra con el
fin de que nuestra ausente-presente hembra pueda admirar el trofeo un
día tendida, ligera de ropa o de espíritu, con una copa de champán al
lado, en una piel de oso, en el salón donde los trofeos levantan sus
Luis Martín-Santos
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